domingo, 1 de abril de 2007

21 de agosto 1994

La hermana de Arnica se llamaba Juana, como en la copla. Su cara era un recuerdo amargo de lo que fue. No tenía arrugas, no las necesitaba. En su rostro habían aparecido mil señales del tiempo vivido que hacían anacrónicas las arrugas. Como una muñeca de porcelana del siglo pasado, con algún desconchón en las mejillas, el pelo grasiento y a medio caer. Sus labios permanecían abiertos todo el tiempo, cuando hablaba y cuando callaba, cuando dormía. Yo pensaba, por lo que me había dicho su hermano, que era por las pollas. Tanto tiempo con una en la boca la cosa tenía que adaptarse. La Evolución de las Especies, que diría Pernales, otro portero, este con aficiones naturalistas. Le gustaba, por encima de todo, el campo. "Desierto o amazónico pero lejos de la ciudad, por favor", decía el hombre. Yo no me podía quitar de la cabeza a la hermana de Arnica y la Evolución. A mi cabeza llegaban imágenes de monstruos con la cara deforme y estridente. Todos con la boca redonda de muñeca hinchable. Eran mis hijos. Míos y de Juana, que me habría conquistado. Reconozco que tenía las defensas bajas.

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