domingo, 1 de abril de 2007

18 de noviembre 1994

He pasado la noche entera entre jarrones antiguos y botellas de vino que eran despachadas sin piedad. A mi lado, como un fiel escudero con el papel mal aprendido, Jonás me hacía los honores. Salíamos fuera, donde la nieve intacta nos esperaba. Jonás había estado en el ejército, versión profesional. Vivía con su madre pero no creo que hubiera nada serio entre los dos. Los jarrones nos miraban, nosotros nos mirábamos, inquietos pues los dos tenemos una sexualidad dudosa. Yo sé que no pasará nada, esta noche no me apetece. Pienso en las mujeres que me han acompañado en la vida y ese pensamiento me hace conciliar el sueño. Jonás no está de acuerdo. El cree que si nos dormimos será porque ya no podemos beber más vino. Asiento con la cabeza pues hace unas horas que no puedo articular palabra y además no estoy de acuerdo. No puedo quitarme de la cabeza a Laura, a Olga, a Marie. En cierta ocasión esos pensamientos me salvaron la vida. Una vida interior potente, como diría alguien. Las mujeres se vuelven dioses gracias a gente como yo. Los hombres, en cambio, se agitan en el fango conmigo:
-El fuego se agita en mi interior. Yo soy el creador del fuego.
-El vino, echado a los perros, aplaca mi sed.
-La nieve golpeada contra los muslos exquisitos de Laura.
-O tenerla entre tus brazos esta noche…
-¡Todas las noches!, al despertar, el corazón anulado, el vientre intacto, el alma impune.
-Dame más vino.
-Vino Satán a darnos mejor vida.
-¡El vino, Jonás, por qué os llamáis así?
-Mi madre es muy creyente.
-Pues estará contenta con vos.
-¡No me interrumpáis, condenado mastuerzo!
-Está bien, está bien…
-Mi madre es muy creyente y mi padre era segundo en un ballenero.
-No jodas, ¡un ballenero!
-Como lo oyes. Murió hace diez años en La Habana. Mamá dice que de unas fiebres. Yo estoy seguro que fue sífilis, mi padre era un golfo.
-Sigue nevando.
-Y seguirá toda la noche, hasta cubrirnos con su manto cálido de muerte
-¡De muerte!
-¿Qué te pasa?
-Este vino es la hostia.
-Dios aprieta pero no ahoga.
-Qué gran verdad. Me gustaría vivir en una casa como esta, alejada y grande, con árboles fuera y la nieve cayendo en invierno, incomunicándonos aun más.
-Iría contigo a ese paraíso…
-…donde el vino no faltaría jamás…
-…y bellas muchachas harían de nosotros hombres de verdad.
-¡De verdad!, ¿a qué te refieres?
-No sé, lo he dicho por decir.
La nieve seguía cayendo pero no aislaría a esos dos locos. El vino era de la Ribera del Duero, una especie de ídolo de barro para todos nosotros. El sueño de Jonás se quedaría en eso, en un jodido sueño porque esta vida es demasiado severa para los que sueñan vidas que no fueron diseñadas para ellos. La muerte nos hermanaría en un mundo mejor, marcado a tiralíneas por un dios de verdad.

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