domingo, 1 de abril de 2007

22 de octubre 1995

Apoyo mi cabeza en su pecho. Tiene unas tetas pequeñas y duras. Sus pezones son pequeños, lo sé. El culo lo tiene perfecto, como mi hombro, ancho para que ella pueda apoyar su cabeza. Es un sueño: que esté conmigo porque a ella le pareció bien así, que aceptara mis caricias. Yo soy un tipo difícil; hago todo lo posible para actuar normalmente pero nada. En las noches de agitación todo marcha bien, rematadamente bien. Lo malo son las resacas, largas, horribles. En ellas quiero morir porque nada de lo que hago tiene sentido. Ella sí. En su cuerpo veo todas las metas que me he marcado y están ahí, dispuestas a ser tomadas. Sus caderas son plenas. Ella dice que son como de vaca: “caderas de vaca descarnadas olvidadas en el desierto”. Sus imágenes también me llenan. Después de hacer el amor nos reímos de todo: de sus caderas, de mi fuerza, de las palabras. A veces hacemos el amor varias veces, somos muy jóvenes. Otras no tanto porque estamos cansados. Hoy era uno de esos días.
Quiero poder decir que soy feliz. Olvidarme de todo y dejarme llevar. Sé que debo hacerlo y que no seré feliz hasta ese momento. Es como la comida o los cigarrillos. Fumando a este ritmo y con mi asma y mi bronquitis tengo para diez años. No más. Si antes no me revienta el hígado o los intestinos. Pero me da igual. Exceptuando dos o tres momentos en los que me miro al espejo y me digo que debo hacer algo, el resto del tiempo parece que he hecho una apuesta para joderme bien y rápido.

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