domingo, 1 de abril de 2007

2 de septiembre 1994

Arnica dio un paso atrás al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Pensó: “pero, ¿qué estoy haciendo?” El spray antiviolación que solía llevar en el bolsillo estaba ahora vaciándose en los ojos de Coincha, que juraba y daba puñetazos al aire. Arnica se reía, como loco. Alguna de sus clavijas se había roto definitivamente.
-¡Para, cabrón!
-¡Te jodes, Coincha!
No vale. Puede que sea creíble, que esté mejor o peor escrito. Quizás pudiera escribir una novela entera en ese plan pero no quiero. Hoy, al venir a trabajar, Arnica me ha dicho: “¿No has visto al entrar una tanqueta levantando un camión?”
-Pues no, Arnica, no lo he visto.
-Qué raro, cortaban la calle.
-Pero, ¿un camión?, ¿no exageras un poco?
-¡Qué voy a exagerar! ¡Un camión de tres ejes!
-¡Toma ya, con dos cojones! Podrías ser un poco más comedido, hay personas delante.
El jefe había llegado.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes, patrón.
Arnica tiene la educación de los viejos esclavos. Es duro como un marinero pero al ponerse delante de la patronal se achanta, como un perro chico. Yo a veces le digo:
-Eh, Arnica, se te va a romper el espinazo de tanto reverenciar.
-Calla, maricón, tú que sabes.
Lo cierto es que yo también me he agachado ante esos hijos de puta. Siempre es igual, seas joven o viejo, hombre o mujer, siempre terminas en la jodida reverencia.

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